Sentirse dueño de uno mismo conduce a la felicidad

He recibido un correo de un profesional que vendrá en enero a uno de mis cursos. A todos les envío una ficha de inscripción para que me envíen todos sus datos y, al final, les pido que evalúen su miedo a hablar en público y que lo pongan en la ficha: 0 si no tienen miedo en absoluto, 10 si su miedo es total, y en medio la cifra que consideren que puede representar su nivel de miedo al enfrentarse a una situación de tener que hablar ante un grupo de personas más o menos numeroso. En la ficha que me ha enviado esta persona me dice que lo suyo no es miedo sino sólo "inseguridad por falta de conocimientos y experiencia".

Le he respondido que debe tener en cuenta que, en realidad, esa inseguridad es la que provoca el miedo. Todo parte de un pensamiento negativo; pero ese pensamiento es el que, de hecho, provoca el miedo. Cuando alguien se siente inseguro al ir a hacer algo, le entra el miedo a hacerlo: miedo a no hacerlo bien, miedo a no dar la talla, miedo a qué pensarán de él, miedo a qué impresión causará en quienes le escuchan, miedo a olvidarse de ideas importantes, miedo a no ser capaz de comunicar con la debida eficacia...

Le he explicado a este “futuro alumno” que uno de los objetivos de mi curso es, precisamente, conseguir que superen esas inseguridades o esos miedos, llámeles como quiera. El caso es que pretendo que al terminar mi curso hayan superado esos problemas (los que los tengan) o, como mínimo, tengan claro cómo conseguirlo, a base de esfuerzo y de practicar todo lo que les enseñaré.

Tengo testimonios maravillosos de personas que lo han conseguido en el propio curso y otros salen ya reforzados pero aún necesitan practicar más por su cuenta para lograr el objetivo final. Depende mucho, como me gusta repetirles, de su actitud y del esfuerzo que pongan por interiorizar todos mis consejos.

Pero le aseguraba a este profesional, futuro alumno mío, que hay gente que ha terminado mi curso con un giro radical en su forma de afrontar estas situaciones de hablar en público y ellos mismos han alucinado al sentir, en la siguiente ocasión que han tenido tras el curso, cómo eran capaces de hablar en público con seguridad, naturalidad y confianza en ellos mismos. Me dan las gracias, pero yo siempre digo que el mérito es suyo por hacer el esfuerzo de interiorizar y poner en práctica lo que les enseño. Yo, desde luego, pongo todo mi empeño en ayudarles a conseguirlo. El resto depende de cada uno.

Y le he aconsejado que, de momento, ya puede repetirse una y otra vez: "¡Voy a disfrutar con el curso y voy a conseguirlo!". Los pensamientos positivos, como también les digo, son fundamentales para conseguir ese cambio necesario. La llave, no hay duda, está en la mente de cada uno. Si no, ¿cómo creemos que consiguen montones de minusválidos esos objetivos increíbles de superación?

En sus testimonios, todos esos minusválidos cuentan que, una vez han asumido la realidad de su situación, piensan que si otros lo han conseguido, ellos también pueden. A partir de ese pensamiento positivo nace en su mente una determinación firme y una fuerza mental invencible que les lleva a esforzarse, a practicar y practicar, con su mente enfocada con firmeza en el objetivo que quieren conseguir. ¡Llegan a disfrutar del propio esfuerzo!, no por ser masoquistas, sino porque cada pequeño avance les motiva a seguir y seguir.

Y, desde luego, lo consiguen si no se dejan vencer por los pensamientos negativos y por el desaliento. Eso les hace fuertes, física y mentalmente. Se convierten en personas poderosas porque han conseguido encauzar sus pensamientos, sus emociones y sus sentimientos hacia unas metas que les hacen felices; porque sentirse dueño de uno mismo conduce a la felicidad. Como dice Pablo d’Ors: “El hombre libre es el que se disciplina y tiene control sobre sí mismo. Nosotros somos responsables de nuestro estado interior”.